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sábado, 7 de noviembre de 2009


 

Diferencias entre el niño índigo y el hiperactivo

Los niños índigo a menudo son diagnosticados con desórdenes de atención (ADD — Attention Deficit Disorder) o alguna forma de hiperactividad. En muchos casos son tratados con drogas, cuando deberían ser tratados de otro modo. Dándoles a nuestros hijos la medicación llamada “droga legal”, si son índigo, sólo conseguimos atrofiarles sus capacidades glandulares de secreción hormonal tanto del hipotálamo como de la hipófisis y la pituitaria; es decir, de las glándulas que están en el cerebro, las glándulas que sirven para todo lo relacionado con el intelecto pero también para todo lo relacionado con la creatividad, con la intuición, con la sabiduría del corazón.
Existen duras disfunciones claramente asociadas con los índigos:

Desorden de Déficit de Atención—ADD (Attention Deficit Disorder)
Desorden Hiperactivo de Déficit de Atención—ADHD (Attention Deficit Hyperactive Disorder).

Los índigos son frecuente y erróneamente diagnosticados con ADHD o ADD, porque se niegan a obedecer. Pero es importante resaltar que no todos los niños índigo tienen ADD o ADHD, y que no todos los niños con ADD o ADHD son índigos.
Aunque muchos niños índigo, especialmente del tipo interdimensional, sí son hiperactivos y padecen de ADD, existen diferencias importantes entre el verdadero índigo y el niño que sólo es hiperactivo.

Capacidad de concentración

Según los expertos, el hiperactivo no se puede concentrar en ningún lugar, porque tiene una falla, una disfunción neurobiológica del sistema nervioso central, basada en que sus neurotransmisores no interactúan bien, y eso da como resultado el hecho de que su comportamiento sea bastante antisocial. El índigo sí sabe concentrarse siempre y cuando se le haga una exposición interesante, o se le brinde un aliciente creativo. Y más si puede participar en la actividad creadora.

Atención

El hiperactivo exige atención continuamente pero no presta atención. Le interesa tener compañía, saber que ahí hay alguien, pero nada más. En cambio, el índigo necesita ser escuchado, demanda atención porque necesita expresarse, porque muy adentro de su corazón infantil sabe que está en este mundo para cumplir una misión, y porque sabe que es un ser especial.

El hiperactivo demanda atención pero no escucha: va a su ritmo. De vez en cuando se da cuenta de que las otras personas están ahí, pero es como si viviera en otra realidad. A veces, el hiperactivo puede ser diagnosticado como “con rasgos psicóticos”, pero no es un psicótico; “con rasgos autistas”, y no es un autista, ya que reacciona bien a los estímulos.

Incluso el hiperactivo que no es índigo responde muy bien al amor, a los cuidados, a la atención; no obstante, no reacciona a la queja, y cuando se le regaña de una forma que él o ella consideran injusta, no habla, simplemente se dedica a otra actividad. Pero si el índigo se siente rechazado o incomprendido, comienza a marchitarse, y se retira a su rincón.

Niveles de energía

El índigo posee la mayoría de las veces, un nivel de energía tremendo, pero el hiperactivo tiene una energía que le desborda. Se mueve compulsivamente hasta durmiendo. El índigo, si además es un niño o una niña “cristal”, es un niño o una niña tranquilo.

La diferencia entre un niño índigo y un niño cristal es que el segundo es puro amor y paz; son niños muy pacíficos, muy tranquilos, muy quietos, muy amorosos, muy sabios, muy silenciosos. Una especie de “maestros índigo”, y sus facultades índigo (es decir, las facultades de su hemisferio derecho y todas sus cualidades) están altamente desarrolladas: ven otras realidades, se comunican con seres de otros niveles de realidad o realidades paralelas.

Agresividad

El hiperactivo es una mole de movimiento, porque tiene problemas psicomotores, y no con- trola bien el espacio; parece que no es compasivo, porque no es consciente de que hace daño a los demás.
El índigo actúa con compasión desde que es muy pequeño. Estos niños de la Nueva Era no son combativos, ceden sus juguetes, no son egoístas y siempre están dispuestos a participar y a ser amables con los demás. Sólo un niño índigo rechazado y frustrado se mostrará grosero, pero jamás será cruel ni agresivo como puede llegar a serlo el hiperactivo.
Socialmente, el índigo es respetuoso y amable, mientras que el hiperactivo es un torbellino.

Temeridad

El índigo es prudente y sensato, lo cual no quiere decir que a veces no pueda romper un vidrio jugando con la pelota. En cambio el hiperactivo no tiene ningún sentido de la temeridad, se arriesga demasiado sin pensar en las consecuencias, y no es poco frecuente que salga lastimado o lastime a otros. Hay que estar vigilándole constantemente.

Es más: a algunos hiperactivos parece importarles muy poco su vida. Hay que ir con mucho cuidado con ellos, porque podrían perfectamente aventarse por una ventana, queriendo volar como el hombre araña, convencidos de que no les va a pasar nada. No tienen sentido del peligro.

Los niños índigo, en contraste, se saben valiosos, y como su autoestima es alta, se cuidan mucho a sí mismos. A menos que le sea absolutamente necesario hacerlo, por su bien o para ayudar a alguien más, un índigo jamás se pondrá voluntariamente en peligro.

El habla

Los niños índigo tardan mucho en comenzar a hablar, pero cuando lo hacen, se sueltan de pronto diciendo frases enteras perfectamente estructuradas, y pueden expresar conceptos muy abstractos y muy profundos, vívidas descripciones de “su mundo”, ideas muy elevadas para su corta edad.

El hiperactivo habla a trompicones, no se le entiende, habla en frases cortas, y sólo le suele entender su mamá, su cuidadora o su papá, o una hermana o un hermano: alguien que actúe como traductor. Es frecuente que confunda los tiempos y las conjugaciones de los verbos: puede hablar en indicativo o en subjuntivo: “cuando vine aquí, voy a ver la tele”: Esto parece indicar que tiene una falta de coherencia y de conexión con las realidades temporales y espaciales. Normalmente es monosilábico: “Te lo has pasado bien? Sí”; “Has jugado en el colegio? No”; “Han querido jugar contigo los niños? No”; “Con cuántos niños has jugado? No”… “Has jugado con muchos niños? No”.
A diferencia del niño hiperactivo, el niño índigo suele expresar correctamente sus emociones, sus sentimientos, sus enfados, sus motivos… tanto, que a veces asusta por la profundidad y la sabiduría de sus razonamientos.

Psicomotricidad

A nivel psicomotor, la habilidad en el niño hiperactivo es problemática. No controla bien ni siquiera su propio cuerpo. En cambio el índigo desde muy pequeñito (sobre todo si mamá y papá lo apoyan) controla muy bien el espacio. Le encanta jugar debajo de las sillas, debajo de las mesas y crearse espacios. Le fascina hacerse “casitas” con las sábanas y cobijas, porque le gusta sentirse en un ambiente en el que su aura está protegida.

El niño índigo, que tiene su mayor potencial en la parte derecha del cerebro expandido, o en vías activas de expansión, necesita reestructurarse, sentirse protegido; sentirse que se esconde debajo de una tela, una tienda, debajo de la cama: lo necesita por seguridad interna.

En cambio, el hiperactivo es todo lo contrario: le inquieta estar en espacios muy limitados, a menos que se quiera esconder momentáneamente pero necesita mucho espacio. El hiperactivo necesita actividad; el índigo también, pero de otro tipo, y puede estar debajo de su casita de tela durante mucho tiempo.

Autoestima

Los niños índigo tienen un alto nivel de autoestima; se consideran a sí mismos príncipes, reyes, princesas. Por supuesto que son vulnerables, como todo niño.
Si no se alimenta la autoestima de estos pequeños, si se sienten minimizados, humillados, despreciados o injustamente tratados, dejarán de hablar.
En un nivel espiritual, este silencio significa que el chakra de la garganta se ha cerrado, y eso pasa, esa criatura va a tardar mucho en florecer. Tendremos un adolescente silencioso, que no se comunicará, de modo que sus padres no sabrán lo que piensa, lo que siente y lo que va a hacer mañana, lo que le duele, lo que le preocupa. Este silencio se gesta en la infancia.

Por lo tanto, el nivel de autoestima de un índigo es elevadísimo, pero si en el colegio se le rechaza, si se siente constantemente agredido en su autoestima, se rendirá, se encerrará en sí mismo, y su familia, y el mundo entero, se habrán perdido de un ser potencialmente maravilloso.

Por su parte, el hiperactivo es consciente de que nadie lo quiere, de que nadie quiere jugar con él. Carece de patrones socializantes, es decir, no sabe jugar ni relacionarse con los demás. Como es tan brusco, y tan torpe a su manera, tan agresivo, no es extraño que se pase la vida de colegio en colegio, siendo expulsado de todos. Esto le provocará frustración, tristeza y un gran daño emocional. Si la hiperactividad está escandiendo un potencial índigo, el daño puede ser mucho mayor.

El hiperactivo no tiene modo de asociar ideas para sacar conclusiones, la mayor parte del tiempo cree que nadie lo comprende, pero no sabe que ni siquiera sabe que nadie lo comprende.

Sólo hay una forma realmente efectiva de ayudar a un niño hiperactivo: dándole frases cortas, concretas y repetitivas, una y otra vez, con grandes dosis de amor, compañía y atención. Si cuando con esas grandes dosis de órdenes concretas, con frases cortas, amor y comprensión logramos un cambio, el hiperactivo empieza a bajar su nivel de hiperactividad, y si se trata de un índigo, comienza a desarrollar sus facultades.

Salud física y mental

El índigo se enferma muy rara vez. Su configuración genética especial hace que su sistema inmune sea más resistente a las infecciones y contagios que el resto de los niños que no son índigo.

Y además, si se hace una herida o una fractura en el pie, en la pierna, en el brazo, sanan milagrosamente, se repone, se recupera con una rapidez que maravilla.
Hay casos aislados de una sensibilidad fina en la piel, y pueden ser víctimas de enfermedades graves, pero con mucha menor frecuencia que el resto de los niños. Algunos otros trastornos asociados con la personalidad índigo son:

• Dolores de cabeza.
• Dolores crónicos que cambian del cuerpo a otro.
• Fatiga y poca estabilidad en el físico y escolar.
• Depresión, tendencia al aislamiento o a hacer rabietas.

En contraste, el niño hiperactivo frecuentemente suele padecer asma, alergias, gripes y otros padecimientos a lo largo del año.

Madurez

Desde pequeñitos los índigos parecen ser adultos sabios. Almas viejas. Como dice la madre de una niña índigo de cuatro años: “Es como si te estuviera mirando alguien que conoce tu alma. Es alguien que se te mete por los ajos y te llega al corazón”. Eso ocurre desde la cuna. Los bebés índigo miran directamente a los ojos, y parecen entender todo lo que se les dice. En realidad, quizás sea así.

Cuando comienzan a hablar, con frecuencia más tarde que otros niños, como señalábamos más arriba, suelen tener un comportamiento muy maduro. Por supuesto, son niños y pueden hacer cualquier travesura, pero su conducta corresponde más a la de los adultos con quienes, por cierto, le encanta estar.

Por su parte, el niño hiperactivo suele comportarse como bebé, incluso a los cinco, seis, siete y hasta los ocho años o más. Tiene un bajo nivel de madurez emocional, y no sabe sacar conclusiones. Incluso muchos hiperactivos preguntan lo que quieren que se les pregunte.

Ante las situaciones nuevas, el hiperactivo se descontrola mucho, se desborda, se sobreexcita; el índigo observa, disfruta, hace preguntas, aprende, se la pasa bien.
El índigo, por muy pequeño que sea, no se siente un extraño en el mundo de los adultos. Los adultos son seres a veces más inmaduros que él, y en ocasiones le inspiran compasión.

Lidiar con la pérdida

Ante una pérdida, el hiperactivo parece indiferente, debido tal vez a que siempre está en la acción. Quizá algún día pregunte: “Y la abuelita dónde está?””La abuelita ha muerto.” cuando va a llegar?” Y a los tres o cuatro meses: “Cuándo me dijiste que va a volver la abuelita?”“Ya te dije que la abuelita se murió.”“Ah… “Solamente hasta que crece entiende la dimensión e irrevocabilidad de la muerte.

El índigo también tiene una mente atemporal, pero sabe que nacer es morir a otra realidad, y que morir aquí es nacer a otra realidad allá: de alguna manera, lo sabe. La respuesta de un índigo ante la noticia de la muerte de su abuela puede ser: “La abuelita ya no está en su cuerpo, pero sigue viviendo. “Anoche me vino a visitar”.

Obediencia

Como veremos en el capítulo de Crianza y Educación, para que un índigo obedezca necesita que se le den explicaciones que le proporcionen un motivo de por qué es conveniente que haga o no haga las cosas.

En cambio, para que un hiperactivo obedezca basta con tener mucha paciencia, no demostrarle que tiene poder sobre usted, y darle órdenes cortas, concretas y repetitivas, que se conviertan en señales que le indiquen lo que debe y no debe hacer.

Consideración hacia los demás

El hiperactivo es un pequeño destructor: no sabe cuidar ni se da cuenta de que hay plantas, de ahí que en la sala tiene usted los adornos más caros de la casa, de que hay otros niños jugando en el suelo. Por ejemplo, puede pisarle la cola al perro demasiadas veces, aunque le encante el perro. Es tan distraído y brusco que no se fija, y da la impresión de que tampoco le importa.

Por el contrario, el niño índigo tiene una antena especial para saber que el perro está ahí, hasta en la oscuridad. El índigo quiere tener sus propias plantas, sus propios minerales, a los que cuida con amor. A estos niños azules les atraen normalmente los cuarzos rosas, los cuarzos transparentes, las amatistas, y muchos tienen hasta su pequeña colección. Se comunican bien con los animales, saben respetarlos, saben cuidarlos, les hablan con frecuencia. Incluso, muchos índigos reciben mensajes telepáticos de sus animales domésticos y de las mascotas de los demás. Y están muy conscientes de la presencia de los ángeles; para ellos, hablar con los ángeles es algo muy normal, así como contar acerca de sus papas que viven en otro planeta, y cosas por el estilo.

No, no están locos. Son índigo, proceden de otro plano existencial y se mueve en una dimensión diferente a la nuestra.

Miedo a la oscuridad

Tanto los niños índigo como los hiperactivos muestran temor a la oscuridad que, por otra parte, es un miedo infantil natural, que surge de nuestros más primitivos instintos.
La diferencia es que un 25% de índigo acepta este temor, y el otro 75% no lo expresa, pero lo sufre igual. Tienen miedo a la noche, a la oscuridad, y a uno o dos puntos rojos, que se manifiestan cuando están solos y a oscuras. Es un reto de poder. Es su propia energía. Esto es algo que un niño no puede entender, pero un adolescente sí: es su propia energía de reto, es la tentación. Todo ser iluminado, todo ser que tiene luz en los dos hemisferios, que se maneja con las dos formas mentales: la intelectual y razonable, y la intuitiva y curativa, se enfrenta al reto de superar cualquier temor o cualquier miedo que le pueda dar la oscuridad, la noche. Es un reto para iluminar, para llenar de luz esos dos puntos rojos y que se desvanezcan. Es como un peligro que acecha y que hay que vencer; un índigo sabe en su fuero interno que no puede, no debe sentir miedo, porque es un ser de muchísimo poder con un grado avanzado de estatura espiritual.

En el hiperactivo, el miedo a la oscuridad es debido a una exacerbada necesidad de compañía, de sentirse acompañado y de querer dormir en la cama con sus papás, rodeado por los dos seres que más seguridad le dan en el mundo.
En conclusión, en el índigo, el miedo a la oscuridad o a cualquier otra cosa, es un reto que debe ser superado; en el hiperactivo, es una manifestación de inseguridad.

Juegos

Los juegos de los niños de la Nueva Era suelen ser participativos, no competitivos, no agresivos, aunque cuando van creciendo pueden aficionarse a los videojuegos de matar enemigos, porque poseen una capacidad que también tienen los delfines, que son los seres índigo del mar: saber distinguir la realidad virtual, e incluso la realidad en tiempo real, y la realidad real.

Por ejemplo, un niño índigo sabe perfectamente que si su mamá aparece en la pantalla de televisión, es su mamá, pero no está ahí en esos momentos. Los delfines también. En un experimento realizado por un instituto de salud mental de los Estados Unidos, se colocó una cámara en una balsa donde estaban entrenando las hembras adultas, y en otra balsa estaban los bebés delfines viendo por un monitor; los bebés dieron muestras de saber que su mamá estaba ahí en tiempo real, pero no en tiempo espacial, es decir, que no compartía el mismo espacio pero sí el mismo tiempo. Esta es una facultad de la mente atemporal del hemisferio derecho. Por lo tanto, en el índigo está muy desarrollada.

En cambio, el hiperactivo no lo distingue: si ve a su mamá en un monitor entra en pánico:

“¡mamá, mamá!”, y le grita para que le oiga mejor: ¡mamá, ven, mamá, mamá!”, incluso si la ve en una foto, puede querer que ella salga de ahí para estar con él. Cuando alguien les habla por teléfono, los hiperactivos miran el teléfono, porque están esperando que la persona salga por ahí. Su razonamiento es: “si te oigo, te tengo que ver?”.

Alimentación

El niño hiperactivo es un goloso nato: le encantan las golosinas; en cambio, al índigo no le atraen tanto, y siente más inclinación por los alimentos naturales.

El hiperactivo come más por los ojos. Con tal de comer, el hiperactivo engullirá casi todo. En cambio, muchos bebés índigo escupirán si se les da un puré en el que haya carne triturada. Los niños índigo se sienten muy identificados con los animales, y un gran porcentaje de ellos rechaza por completo la comida que sea de origen animal, así que suelen ser vegetarianos. Finalmente, ellos van a elegir lo que es correcto para su frecuencia, para su energía y para su expresión.

Sin embargo, los expertos recomiendan que, debido a la naturaleza particular de un niño índigo, se le deben dar alimentos naturales, de origen vegetal, aunque cuando menos en la infancia se les debe fomentar el hábito de consumir proteínas de origen animal, que son necesarias para su desarrollo.

La medicación

El niño hiperactivo reacciona a la medicación. El índigo no suele reaccionar a ella. Son niños que no responden como la mayoría a la medicina alopática ni a los fármacos tradicionales. Es por esto que muchos niños de la Nueva Era responden muy bien a las terapias alternativas y a los recursos de la medicina naturista.

En ellos, la fiebre, por ejemplo, puede ser una forma de limpiar la agresividad, la hostilidad de su ambiente familiar, los problemas entre sus padres; también puede ser su manera de sacar la energía triste que traen de colegio.

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